Tragarse
Cuando se mastica, la cavidad bucal destruye la apariencia del alimento. Sin importar cual haya sido su cuerpo, la trituración y el ácido hacen de esa forma, esa carne, eso verde, en la misma masa. Un bolo. Se traga. Transcurrida la nutrición, todo se convierte en la misma mierda. Todo está ahí, la realidad completa (1).
Ana: escribir es masticar, y leer, tragarse la mierda. Hay cuerpos que son más fáciles de consumir, otros, no tanto; urdiendo pieles (2), comienzas, transcribiendo el instinto. Comes. El cuerpo del hombre encamado es fácil de consumir; no tanto de tragar. Es tan de matadero, como de supermercado; y cuando la carne, dicha, se empieza a pudrir, no es el putrefacto quien padece, es la persona que mastica quien comienza a oler… lamer. El cuerpo reacciona, se cuelan las heridas atravesando las carnes. La infección, sin cuerpo, desaparecería, pero aquí se está, masticando, urdiendo.
Ana: masticas lento, y en el masticar de las partes podridas te das cuenta que al morder la putrefacción también aúlla, también gime, y que dan arcadas… que también seduce, y expele un aroma que conmueve, un veneno que seda. He ahí cuando entran los dedos a la boca, los tuyos, y he ahí cuando lx otrx se densenreda: el cuerpo, al masticar, tiene un proceso único de saborear lo que se le mete a la boca. Emerge, entonces, lo ineludible, la transformación del texto, el auto-canibalismo.
Pestífera, entonces, estilas la vergüenza…al masticar tus huesos, al observar con tus propios ojos, con tu propio goce, la carne carcomida, sin poder olvidar, en un principio, la caricia del rostro sin nombre, y sin poder detener, ebria y hambrientalos sabores de tu yo. Aparece: lo abrupto de aquel recuerdo; el rostro, la caricia, el de los dientes, eras tú, un desvío, una masturbación entre espejos.
Pero si todo acabase en el goce… si el cuerpo tuviese que comer sólo una vez en la vida... Ana, lo observo, te masticas, y tomas tu tiempo en producir la saliva para tragarte. Tanto tu roer como el despojo otro, vil, de la carne, quizás, tierna, pese a sus larvas, te da hambre. Sin embargo, el tragarse te hace consciente de que tu cuerpo también es carne, por lo tanto: embestidura, forma, producción y disfraz. Sabes, entonces, que al tragarte, hervirá tanto la entraña hembra como la esperma iracunda. Sabes, entonces, que al masticar tu carne, ésta se convertirá en la misma masa. Lo roes. Me parece, que esa es parte de la lucidez de tus versos: cuando tu carne se disuelve, se devela y desprende el antifaz “mujer”. Masticas el vientre, y el vientre es yaga, es otra carne, como otra lengua, no hay artilugio en la biología de tu cuerpo. Se te despedaza la máscara impuesta, se te revelala mujer compuesta, primero despedaza, luego, artificial, que adhiere al previo putrefacto, y luego se saca, como si se sacase un vidrío de la piel al pisar un espejo quebrado.
La vulva se vuelve, el labio impaciente, dices, con gula. Descubres en el divorcio los límites de los disfraces, los nombres, y la pequeñez de la presentación superficial del ser. La Infémina se saca las hilachas de los dientes, las observas. Juntas, se enredan, los restos que quedan de unos llamados hombres, otras, mujeres. Todo eso, devorado, queda atrás, y ¡que nostalgia! En el reflujo, hay palabras… y sí, a la vez, un temor… que con las hilachas se tejen mantos, y todo género, bien cosido, es capaz de recubrir la tierra, una y otra vez.
Ana, la derrota entonces no está en esconder la cabeza en el espanto. Enfrentarse al fantasma de nuestro niñx avejentadx es parte de la saliva. Si se traga, se gana, entonces, se caga, y el desafío consiste en tomar la mierda no como un residuo, pero como parte del abono. Se masticó el ovario y se tragó la esperma, ¿qué ocurre ahora? En la ingenuidad del espasmo, te sientes travestida, ajena, animal, pero va mucho más allá. No se sabe todavía nombrar la carne innombrada, pues pocxs, si es que nadie, lo sabe…. el designio de la carne tras la muerte, el ímpetu de la resurrección, dónde quedan los ovarios en las luces inmaternas, en dónde termina la eyaculación tras la asfixia.
Cuando el (nuevo) vestido también es yaga, el proceso duele, la desencarnación enloquece, yo lo sé, tan sólo puedo esperar que en la embestidura de la bestia nueva, el animal no encuentre nombre contra el cual chocar y que la pájara derretidase disuelva, desde el hierro, en el éxtasis de la plenitud de caer. Infémina; desencamado, el bolo irreconocible; sin formato, sin vestido, y saturado de sus propios sabores, ácidos. Cuerpo, al borde de la deglución, y que se vomita, se dice, se llama, se enuncia, con un adjetivo, no un nombre propio, porque se lanza, se lanza hacia adentro, para desposeerse y disolverse (lo cual no implica desaparecer… al contrario). Se llama a sí misma, “Infémina”; se llama así misma desde la renuncia, acto y figura que todavía es tan difícil de entender. Renunciar, que sí, es negar pero no en la negación rotunda, no implica tachar el pasado, u olvidar los estados de la permanencia del yo… del yo que ha sido, del yo que ha sido obligado a ser. En el bolo quedan todos los residuos de la lengua de aquellas permanencias; fierros de la jaula que, Ana, sacas uno a uno, minuciosamente, dentro de la masa. Lúcida de la trituración, los trozos, los fierros, que son las palabras, y no distingue mano de boca, dicen:esta fiebre de hembra enferma, enfuréceme… ¿Era ésta la fémina, carne? ¿era ésta la infáme? ¿carezco hembra de honra? Quizás todo lo contrario, quizás sea aún más agudo, quizás, mejor, sea peor; pero en la expulsión, que es cuando se traga, la esencia se purga. La Infémina no se define; y esa es la honestidad de la renuncia lenta. Se abre al devenir, pero enraizada en la negación. Todo lo que este yo reconozca, sí, en la palabra suelta, se encuentra; caliente, se desgloza, hacia el encuentro, la caída sin vectores. El cuerpo es otro, el ojo, es otro, en otra hoja, en oja otra… y no hay cuerpo nombrable, tragable, putrefacto, no hay nombre, aislamiento, para arrestrar la cadencia… Infémina. La astilla; se desvía, se entierra, con hambre nueva, con vista de hambre, y no convicta al hombre, su hambre.
NOTAS
(1) En relación al epígrafe que utiliza la autora; un texto de Nadia Prado.
(2) Todas las palabras en cursivas de aquí en adelante son referencias a versos de la autora.