El Degrade y el Barro
a
partir del libro “Barro Hotel” de Angélica Panes[1]
por
Alexander Correa[2]
Hablar de la poesía
de Angélica automáticamente es vislumbrar la escritura del margen, no de lo que
se cree borde , sino de lo que realmente cirscunscribe el cuerpo en el mapa
santiaguino, al saberse represenante de ese margen tan mal recurrido ultimamemente
por el taquilleo poético, interpelandolo desde el lugar común de autopregonarse
rebeldes. Pero aquí la periferia no es un símbolo ni una metáfora: es la poesía/vida
lo que nos conlleva y nos muestra la poesía de Angélica a la hora de enrostrarnos
que ella es el margen, la frontera entre el barro y el almibar, su estancia. Ese
corazón traslúcido en los viejos hoteles por el sol rojo, o esa verborrea
rabiosa de las ternuras en la ciudad.
Pienso en las
interacciones de nuestras lenguas que nos convocan con Angélica, que nos
enuncian y nos caracterizan desde un devenir en lo que en el cuerpo se arrastró
como sierpe, como gata de 7 vidas, que taconea insasiable esos toc toc en el
transitar escritural. Hablar del libro de Angélica Panes es recordar las noches
de escritura en un blog, cuando configuramos y devenimos juntxs en Lud Mía[3], en ese
pedacito de caramelo untado por las corridas nocturnas, las correciones,
estirar la lengua de una para que la otra escriba, obligar, empujar al pulso
escritural, traspasar la vida. Recuerdo el lanzamiento de este doble genital al
que llamamos Lud mía, Lud de todas, y que este fué el comienzo de las
sensaciones, en un día de febrero en que la lluvia derroía las alimentaciones
frutales en el cuerpo, las castañas dulces, las cerezas en la boca, el tabaco
más negro.
El texto de Angélica
Panes comienza con la estancia, se presentan imágenes de una casa con patio
grande, un zaguán imperioso, que desde un comienzo interpela al lector a tener
los sentidos, el corazón y el cuerpo abierto a destajo, que ese interior se
resignifique y tenga un aroma, o un hedor, una consistencia biscosa, saborear
los frutales de la quinta, la estancia que podríamos decir que es la entrega de un corazón, de un amor de verano que resuene en un
cotidiano. La invitación de quemarse el rostro en rojo pancora, cangreja rapiña
que rastrojea los almíbares de los frutos de verano, saboraciones que nos hagan
sentido en la estancia, que hagan relucir el recuerdo del tedio, de la prisión
de lo que fué heredado y que posteriormente reniega en “el aire viciado de los hoteles”. La estancia es sinómino del
silencio, de cuando nada transcurre y un vuelco de imágenes inunda la cabeza,
en esta casa, en el imaginario de saberse dueña de todo esto que se heredó por
alguna causa desconocida, y la cúal nisiquiera se pregunta. La estancia se
sitúa en los ritmos y en los transitares a pies decalzos entre un patio y una
cocina, pisar las migajas del pancito tostado en el parqué, o las
incrustaciones de las pepitas de sandía que recorren ese talón de Aquiles, como
hormigas asentandas en el surco, simulación mezquina del barro en el cuerpo.
Así, el texto de Angélica nos presenta la reapropiación del lugar
para tender el cuerpo, para aumentar la soledad. Desempolvar las cortinas con
ese polvo que se adosa continuo al cuerpo húmedo. “Barro Hotel” de Angélica
Panes es la enunciación de los cuerpos empolvados al deslice sudoroso, metafora
hipersexual de la fricción: el barro hace reealzar la mugre, le hace aflorar
por todos los rincones de la estancia, este tercer lugar en donde siempre se
deja caer entre las cortinas una venida más del sol rojo, el cual no alcanza a
calentar del todo y tan sólo tiñe este retrato pictórico que nos presenta la
autora, un registro polaroid, de esos viejos rollos que nunca se revelaron, y
que yacen guardados bajo un tumulto de secretos, conversaciones que se quedan
entre las paredes viejas de la estancia, en el aire viciado de los hoteles, así
el texto transita por diferentes lugares, como por habitaciones en las que una
historia se asoma de reojo, una misticidad cómplice de comenzar a compartir esos
lugares variados e inconexos que pretenden ser llenados con inicios de conversaciones
que no tienen cabida alguna, que finalmente no van a ningun lugar.
Cada habitación que
se asoma es una venida diferente, una nueva posición, comenzar a mostrar
ligeramente el interior, desarmar el corazón, presentarlo a un otro, mientras
se carbonizan las cascaritas de naranja en el fogón de la cocina. Pienso en
todo esto como la improvisación de una primera conversación,
“Pero había una sentencia,
una culpa, una miseria acogedora, una refugiada que nos hacía ser en esa
soledad reconocidos cuando nos improvisábamos en estancia, en zaguán, en aire
viciado”
Angélica
mantiene el hilo, rompe el hielo, va de choque, inventa una excusa para tomar
un té con sabor a cuerpo, una excusa para revolver los “tufillos” y compartir
la soledad.
La voz de Angélica
va configurando este lugar-estancia que poco a poco se comienza a trasnformar
en ciudad, comienza a relucir en un llamado de atención, un foco ambiguo a que
ella misma es el centro, que ella es la llaga, en este desenfreno de poesía, herida
que convulsa los augurios, los presagios, una clarividencia de su propia
escritura.
“inyectados mis ojos de
una locura que yerta en sus causales, yerta en la estancia, me prende a unos
hilos, me mueve como figurín, me lleva escribiendo techo piso, mesa el mal
presagio en estas horas donde avizoro inscripciones en las paredes: frase
poesía, número poesía, augurio poesía, pájaro agorero”.
La voz de Angélica interpela a su poesía, hace que obra y vida se
unan, se encuentren entre sí, se miren, se pregunten ¿Qué escribo? ¿Hacia donde
voy? ¿Qué es toda esta ternura de la ciudad? Así se asimilan y se transforman
en una misma estancia, una resistencia poética del cuerpo, del lugar desde
donde se viene, el imaginario del barro que nos logra incrustar.
Sorprende la ultima
iluminación, capítulo que se desprende de sol rojo, Angélica sabe que la
repetición no nos genera un tedio, todo lo contrario. En este recurso se
encuentra con las viejas imágenes de los rollos polaroid en el cajón de la
estancia que no había revelado, es ahí cuando nos hace una exposición
fotográfica, una por una va proponiéndonos un diaporama pictórico de imágenes
ya conocidas, ya revisadas y comunes para nosotrxs.
“Entonces una foto borrosa: la mujer de ojos pintados. Y otra
foto: con lluvia uno de estos días recorrer el parque a la noche y las bastas
mojadas. Y otra foto: parejas que juegan en las zonas más oscuras mientras una
sombra entre los árboles algo mueve o se trama entre las manos. Y otra foto:
niños jugando con barro y motitas de alguna flor hedionda y tiznadora”.
Paneo de
imágenes que finalmente resumen la poética, este decanto del barro que nos
presenta la autora.
“Vos no me
dejaste pero acá…me aburrí de inventar ciudades, de inventar escenas. Me aburrí
de sortear un otoño craquelado. Esto es desidia, es abulia, es apatía o hablar
en círculos”.
En
este vuelco escritural, la voz de angélica se agota, se vuelve álgida y toda la
ternura de la ciudad deviene en costración, en enrojecimiento, la furia, una
lengua que no puede acallar lo que le resiente, ya basta de maquillar la
estancia, de embellecer lugares, el charcho siempre será barro mientras el sol
rojo le caliente, la ciudad seguirá siendo ciudad, y por siempre se tendrá que
volver al margen, a los rituales de cotidianos de la vida, la ceremonia del té
en bolsa, la ciudad nunca fue el lugar, la estancia por siempre será el punto
de enfoque, fotografiar e inmortalizar desde la escritura la vida, que la
poesía no sea un derroche.
________________________
[1] Angélica Panes Díaz (Santiago,
1986). Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica de la Universidad de
Chile. El año 2010 obtiene la beca de la Fundación Neruda. Publicó de forma
independiente y autogestionada la plaquette Lud Mía (2011) junto al poeta
Alexander Correa. “Barro (H)otel” es su segunda publicación.
[1] Alexander
Correa (Santiago, 1991) Es estudiante de Pedagogía En Castellano en la UAH,
El 2009 obtiene mención honrosa en el concurso de poesía joven Roberto Bolaño
otorgado por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes con un extracto de
su trabajo “Ariel (o los ecos en mi garganta). Es parte del colectivo literario
Homoeròtica, Ha publicado “(de)forma permanente” en la antología Versos
diversos (El perro y la rana, Venezuela
2010) Lud mía en co autoría con Angélica Panes (Santiago,2011) “Ó” Antología
homoeròtica contemporánea (Puerto Rico, 2012) “Ariel (o los ecos en mi
garganta)” (Buenos Aires, 2012) El 2012 Alexander recibe mención honrosa en el
Premio Municipal de Literatura “Gabriela Mistral” por su poemario “Las
Cachorras” Actualmente Alexander dirige el taller de lecto escritura y edición
cartonera en el liceo Manuel Barros Borgoño, y trabaja en su libro/cuerpo
“Embrionario”.
[1] Lud Mìa (Santiago,
2011) Angélica Panes & Alexander Correa
http://es.scribd.com/doc/109445766/LUD-MIA-Alexander-Correa-Angelica-Panes-Poesia-Chilena
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