La impregnación del deseo como fisura (fragmento)
como si
el vacío fuese menos una falta que una saturación
Maurice
Blanchot
Pretender cerrar la significación
del poema en un supuesto inicio, considerando el concepto de origen mismo
inscrito al intercambio de todo aquello que está disociado, gesta como proyecto
entender y repensar el alcance productivo del deseo en un discurso que se
enuncia a través de la experimentación del lenguaje. De este modo,
“Iniciática”, de Karla Rodríguez, se instala en un plano donde proliferar adquiere
su estado hacia la utilización del cuerpo. La herida está en el espejo, la solead es capaz de incinerar las palabras
como señal para constatar este hecho. Morir en el lenguaje como acto ritual,
comprensión e integración hacia un posible origen que ha sido removido, para
ser capaz de reapropiarse de fragmentos rizomáticos en la escritura. La
belleza no me habita, escribe Karla.
Una variante que se expresa y se delata en su presencia como simulacro, el
texto reacciona ante la significancia que habita la lengua, la particularidad
de reflejar la raíz de una herida en la carne de un cadáver inmerso en las
palabras. Quizá el libro recorra intencionalmente una voz que se
desborda al escribir ante esta necesidad: recobrar una maniobra sobre la cual
un inicio indeterminado en su decir se desmiembra en el oficio de una búsqueda:
el
sentido de vocación ha de crecer en mí como una semilla en la mitad del pecho.
Se
vislumbra una cicatriz, el cuerpo se corroe en la inmersión de lo perdido por
una autoría de este saber, reconociendo la corporalidad de las palabras que
extravían la coyuntura del espacio significante al categorizar el recuerdo del
hallazgo ante lo retrospectivo. Escribe Rodríguez: los quiero a todos muertos / en el lenguaje o en la materia / quiero
mirar mi crimen. La materia como desenvolvimiento corporal del lenguaje, el
deseo transferido a la escritura, el ser de las palabras deconstruye el
exterminio de este supuesto discurso que podría implicar lo susceptible al
entredicho, tornándose aún más violenta la operación de hilar fragmentos y
surcos de lenguaje, de recodificar eso múltiple como si el deseo fuese capaz de
irrumpir en el estatuto de la carencia anulando la estabilidad de la lengua
-lejos de acercarse a la noción lacaniana donde el sujeto entra en un orden
simbólico, sino más bien a través de una lengua bastarda-, el sujeto se
identifica en su propio bastimento por aquello que implica un retorno al
inicio. Aporta la llegada de esta significación dentro de un binarismo
estético, al pensar el restablecimiento de este principio como un yo que se
reconoce en la vulnerabilidad, en la tajante de las imágenes, en el bautismo
que revela acostrando una memoria dentro de la operación del olvido.
Hay
un dolor físico al recibir el rebote de una variante no recordada, el vacío otorgado
al significado está lejos de enunciar un barroco amplificatorio; muy por el
contrario, lo ambiguo del significado como figura radical del desamparo,
relativo a favor de la sensibilidad que seduce al lector, disipa este
fraccionamiento en la resaturación al no recurrir a la manufactura de un
artificio. “Iniciática”, llega a ser parte de una escritura que ensaya su
propia materia, se deshace en su funcionalidad, al roce de un posible tejido
que mapea la mirada sobre una antinormativización. El punto culmine imposible
de sistematizar en el cruce del lenguaje, las
palabras que como hilos de pescar
contienen el espacio que no alcanza,
sitúa la ambigüedad de un objeto que es a la vez lengua y coerción. Lenguas repujadas asoman en el relieve de
las letras y su lento destino. Desde las palmas el largo porvenir del deseo, la
lengua que no se habla hierve hacia
los ojos, dice Nadia Prado en “Un origen donde podría sostenerse el curso
de las aguas”, y en esta, la lengua enroscada tras la lengua, Rodríguez
utiliza la incapacidad como modo de habitar el espacio, rozando una perspectiva
anticipada al mimetismo de un texto que se abre ante el encausamiento de su
discurso. Julia Kristeva refiere en tanto a las substancias de las categorías
lingüísticas, del cuerpo y de la historia, la demarcación de la escritura como
una negatividad. Poner en duda la identidad lingüística, corporal e histórica,
instala la escritura como bisagra, donde el significante destinal se transforma en los cuerpos que toman su posición originaria
y se extravían junto a la mirada. Cito a Kristeva en “Sentido y
sinsentido de la rebeldía”: “(…) la dimensión de la escritura en tanto negatividad aparece como la intermediaria entre
las pulsiones del sujeto”, aunque en este caso hablar de pulsiones sería situar
en un reduccionismo la enunciación del residuo.
La diferencia que difiere de sí
habita el potencial destructivo de los silencios que traducen y ordenan
vislumbrando la fisura. La nueva
distancia no miente / el resto es metáfora que se interpone, nos dice Karla. El acontecer que
proviene de un trazado, suerte de consentimiento a un orden que aguarda el deleite de compartir la carne,
vislumbra su órbita al referirse a un
significante enmohecido. Pero dentro de la clausura en la técnica de
privación aplicada surge una fisura que opera sobre el decir. La imagen adherida por la retina hacia lo
decodificado por el cuerpo no se sitúa en el estatuto de carencia en torno al
deseo y su proceso de ser. El deseo es la fisura. Incremento que articula el
registro de ésta, un sistema que está suscrito a la remodelación absoluta, el
vacío se fija en una fase lacrada de la lengua al experimentar la trascendencia
de un inicio. Sarduy en sus ensayos sobre el barroco afirma: “El lenguaje
barroco reelaborado por el doble trabajo elidente, adquiere –como el del
delirio-, una calidad de superficie metálica, espejeante, sin reverso aparente,
en que los significantes, a tal punto ha sido reprimida su economía semántica,
parecen reflejarse en sí mismos, referirse a sí mismos, degradarse en signos
vacíos”, así Sarduy continúa hasta certificar que las metáforas en el espacio
del desplazamiento simbólico –resorte del síntoma- pierden su categoría
metafórica: su sentido no precede a la producción. Términos que por su brevedad
indefinida pertenecen a un “rigor no verbal”, a un lenguaje donde ya
hubiese tenido lugar la destrucción de sí para que el otro sea preservado, a un residuo que habita
el poema como acto inaugural de la hablante al escribir el libro.
Alejandro Godoy
abril, 2013
abril, 2013