sábado, 20 de abril de 2013

Presentación de "Iniciática" de Karla Rodríguez por Alejandra Loyola.




La iniciación como tránsito; un cambio básico en la condición de existencia. La iniciación a modo exigencia que llevará a la iniciada a conformarse en un ser, diferente del que era: será otra, será nueva. En la palabra: lugar y revelación, el retorno al útero, la muerte del ser profano en uno pleno y consiente. La práctica ritual de iniciación es precedida por una vuelta al caos. La muerte preparará la escritura para epifanías sucesivas del yo y de sus deseos, por lo que el rito de escritura comienza por la comprensión de su necesidad.

Iniciática de Karla Rodríguez nos propone establecer el espacio primario de quien escribe en tanto su función: una pieza de colección. El espacio se expande a medida que el texto insiste en encontrar respuestas, determinar escenarios y definir identidades. La colección, como espacio doméstico, se vuelve proclive a padecer y gozar lo sobrenatural, la transmutación de quien habla. El coleccionista pareciera quedar atrás en cuanto es mencionado, es un fantasma, solo el contexto, pues la lucha real no se enfrentará entre coleccionista y objeto, sino entre ama y esclava. Lucha a ratos descarnada y a otros dulce, como queriendo facilitar el tránsito hacia el origen y al descubrimiento de una voz propia.

En esta búsqueda las palabras se tornan armas, cuchillas, lava y tormenta.

La letra es insegura, precaria a veces, volcada sobre una servilleta pues no desea trascender ni formar parte de otros fragmentos de textos clasificados, replicando el acto de la iniciada al romper con la contención de la colección. Es letra libre, abierta y por lo mismo, poderosa. Reúne los deseos de una voz consciente de cuánto puede hacer, transformándose en paradoja exploratoria: ¿No sabe a dónde ir? ¿Desea el quiebre con el orden para formar un orden propio? No hay certezas y el texto pareciera enfrentarnos a un juego constante, lleno de dolor y deseo doliente, pero no menos gozoso.

Se confiesa hambrienta y furiosa al perder los colmillos. Desea volver a ser animal. Toma venganza desarmando el amor, y el fruto del mismo, desgarrando la semilla y erradicando el destino. Su infertilidad de ceniza volcánica indica que arde, en propiedad de cuerpo y alma, de ser indiferente al uso de las cavidades. Ejercicio exigente, que transmuta el cuerpo, que lo estruja y lo expande. Lo agota, y sin embargo lo levanta una y otra vez. Y frente a esta revelación el coleccionista teme ser devorado, enfrentado y calcinado. Teme que su trampa amorosa se abra como el vientre que rechaza al hijo por siempre no nato.

A medida que el conocimiento de la iniciada es mayor, el horror se apodera de sí: el horror de verse por dentro, de verse un puñado de tejidos unidos por el ansia de reconocerse una y propia. La soledad la acompaña, una soledad de sujeto inservible, de basural, de olvidar para qué fue concebida. Lucha entre aceptar la libertad, la posibilidad de mirar el crimen, y el deseo de volver a la esclavitud del sentir. De rebelarse contra la rebelión.

Quizás la libertad la condena a sentirse en fragmento, sola, desperdigada, y le impide volver a los espacios en blanco, a lo no dicho, lo cual, sin embargo, está presente y se hace materia en un cuerpo insistente en su propensión al vacío, en un animal herido y dócil, en ser domesticado y vuelto al salvajismo.

Una vez que la soledad se ha aceptado como territorio, se reconoce su potencial de relige sagrado, ancestral y holístico. El cuerpo ya no es vacío, sino es habitado por todas las formas, reconociendo su migración y su independencia lingüística. Su letra se vuelve invocación, maleficio que hace y rehace al ser y al texto mismo. Algunas veces violento y, otras, inquietantemente apacible. De esta forma, el acto de escritura se torna sagrario, lugar de redención y pasaje al conocimiento, conocimiento que demuestra que el retorno a la unidad es ilusorio y que el único origen es el viaje, por naturaleza, siempre iniciático.

Un texto pausado y a ratos oscuro, con toda la ruta de iniciación del héroe, pero con sexo femenino y vaciado, preparado para la consumación de un destino establecido, el ser habitado, y por lo mismo precario, pero al mismo tiempo determinado al desalojo y al parirse a sí misma las veces que sea necesario.

Alejandra Loyola
abril, 2013

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