sábado, 20 de abril de 2013

Presentación de “Iniciática” de Karla Rodríguez por Alejandro Godoy




La impregnación del deseo como fisura (fragmento)


como si el vacío fuese menos una falta que una saturación

Maurice Blanchot 


Pretender cerrar la significación del poema en un supuesto inicio, considerando el concepto de origen mismo inscrito al intercambio de todo aquello que está disociado, gesta como proyecto entender y repensar el alcance productivo del deseo en un discurso que se enuncia a través de la experimentación del lenguaje. De este modo, “Iniciática”, de Karla Rodríguez, se instala en un plano donde proliferar adquiere su estado hacia la utilización del cuerpo. La herida está en el espejo, la solead es capaz de incinerar las palabras como señal para constatar este hecho. Morir en el lenguaje como acto ritual, comprensión e integración hacia un posible origen que ha sido removido, para ser capaz de reapropiarse de fragmentos rizomáticos en la escritura. La belleza no me habita, escribe Karla. Una variante que se expresa y se delata en su presencia como simulacro, el texto reacciona ante la significancia que habita la lengua, la particularidad de reflejar la raíz de una herida en la carne de un cadáver inmerso en las palabras. Quizá el libro recorra intencionalmente una voz que se desborda al escribir ante esta necesidad: recobrar una maniobra sobre la cual un inicio indeterminado en su decir se desmiembra en el oficio de una búsqueda: el sentido de vocación ha de crecer en mí como una semilla en la mitad del pecho.

Se vislumbra una cicatriz, el cuerpo se corroe en la inmersión de lo perdido por una autoría de este saber, reconociendo la corporalidad de las palabras que extravían la coyuntura del espacio significante al categorizar el recuerdo del hallazgo ante lo retrospectivo. Escribe Rodríguez: los quiero a todos muertos / en el lenguaje o en la materia / quiero mirar mi crimen. La materia como desenvolvimiento corporal del lenguaje, el deseo transferido a la escritura, el ser de las palabras deconstruye el exterminio de este supuesto discurso que podría implicar lo susceptible al entredicho, tornándose aún más violenta la operación de hilar fragmentos y surcos de lenguaje, de recodificar eso múltiple como si el deseo fuese capaz de irrumpir en el estatuto de la carencia anulando la estabilidad de la lengua -lejos de acercarse a la noción lacaniana donde el sujeto entra en un orden simbólico, sino más bien a través de una lengua bastarda-, el sujeto se identifica en su propio bastimento por aquello que implica un retorno al inicio. Aporta la llegada de esta significación dentro de un binarismo estético, al pensar el restablecimiento de este principio como un yo que se reconoce en la vulnerabilidad, en la tajante de las imágenes, en el bautismo que revela acostrando una memoria dentro de la operación del olvido.

Hay un dolor físico al recibir el rebote de una variante no recordada, el vacío otorgado al significado está lejos de enunciar un barroco amplificatorio; muy por el contrario, lo ambiguo del significado como figura radical del desamparo, relativo a favor de la sensibilidad que seduce al lector, disipa este fraccionamiento en la resaturación al no recurrir a la manufactura de un artificio. “Iniciática”, llega a ser parte de una escritura que ensaya su propia materia, se deshace en su funcionalidad, al roce de un posible tejido que mapea la mirada sobre una antinormativización. El punto culmine imposible de sistematizar en el cruce del lenguaje, las palabras que como hilos de pescar contienen el espacio que no alcanza, sitúa la ambigüedad de un objeto que es a la vez lengua y coerción. Lenguas repujadas asoman en el relieve de las letras y su lento destino. Desde las palmas el largo porvenir del deseo, la lengua que no se habla hierve hacia los ojos, dice Nadia Prado en “Un origen donde podría sostenerse el curso de las aguas”, y en esta, la lengua enroscada tras la lengua, Rodríguez utiliza la incapacidad como modo de habitar el espacio, rozando una perspectiva anticipada al mimetismo de un texto que se abre ante el encausamiento de su discurso. Julia Kristeva refiere en tanto a las substancias de las categorías lingüísticas, del cuerpo y de la historia, la demarcación de la escritura como una negatividad. Poner en duda la identidad lingüística, corporal e histórica, instala la escritura como bisagra, donde el significante destinal se transforma en los cuerpos que toman su posición originaria y se extravían junto a la mirada. Cito a Kristeva en “Sentido y sinsentido de la rebeldía”: “(…) la dimensión de la escritura en tanto negatividad aparece como la intermediaria entre las pulsiones del sujeto”, aunque en este caso hablar de pulsiones sería situar en un reduccionismo la enunciación del residuo.

La diferencia que difiere de sí habita el potencial destructivo de los silencios que traducen y ordenan vislumbrando la fisura. La nueva distancia no miente / el resto es metáfora que se interpone, nos dice Karla. El acontecer que proviene de un trazado, suerte de consentimiento a un orden que aguarda el deleite de compartir la carne, vislumbra su órbita al referirse a un significante enmohecido. Pero dentro de la clausura en la técnica de privación aplicada surge una fisura que opera sobre el decir. La imagen adherida por la retina hacia lo decodificado por el cuerpo no se sitúa en el estatuto de carencia en torno al deseo y su proceso de ser. El deseo es la fisura. Incremento que articula el registro de ésta, un sistema que está suscrito a la remodelación absoluta, el vacío se fija en una fase lacrada de la lengua al experimentar la trascendencia de un inicio. Sarduy en sus ensayos sobre el barroco afirma: “El lenguaje barroco reelaborado por el doble trabajo elidente, adquiere –como el del delirio-, una calidad de superficie metálica, espejeante, sin reverso aparente, en que los significantes, a tal punto ha sido reprimida su economía semántica, parecen reflejarse en sí mismos, referirse a sí mismos, degradarse en signos vacíos”, así Sarduy continúa hasta certificar que las metáforas en el espacio del desplazamiento simbólico –resorte del síntoma- pierden su categoría metafórica: su sentido no precede a la producción. Términos que por su brevedad indefinida pertenecen a un “rigor no verbal”, a un lenguaje donde ya hubiese tenido lugar la destrucción de sí para que el otro sea preservado, a un residuo que habita el poema como acto inaugural de la hablante al escribir el libro.  

Alejandro Godoy
abril, 2013

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